Hace mucho tiempo atrás que no me pasaba un rato largo con atención casi exclusiva a mi perro. Ya no recordaba la buena onda y confianza que nos tenemos. Es muy genial tener un vínculo de tanto cariño y de obediente libertad con un animalote como mi perro. Es precioso y brillante.
Lo llevamos a la playa porque de otro modo es imposible bañarlo en la casa. No se deja, no hay caso de convencerlo. A la voz de "Ya, a bañarse!", parte con la cola entre las piernas a fondearse a su casa y de ahí nadie lo saca ni con la promesa de "postre". Es perro pero no tonto.
Como nunca lo habíamos subido al auto nuevo, tenía miedo. Quién sabe qué ideas se le pasaron por su cabeza de perro, tal vez creyó que lo íbamos a llevar al veterinario, cosa que teme y detesta, tanto como bañarse con agua tibia y shampoo mata bichos.
Lo tomé fuerte, usando un tono de voz firme y seguro:- Ya, súbete. Y entre los dos con mi papá, lo agarramos sin vacilar por la cabeza y por el trasero, y de una lo subimos al portamaletas que es como una cabina más. Al bajar las ventanillas de las puertas traseras le llegaba todo el viento en la cara, tal como le ha gustado siempre, sólo que esta vez no podía asomarse como lo hacía antes cuando se iba conmigo en el asiento trasero aplastándome la cara contra el respaldo y la ventana, cargándome las piernas con sus fáciles 38 kilos de perruna humanidad.
Cuando llegamos a la playa se bajó, lo primero que hizo fue marcar territorio, e inspeccionar los alrededores.
Mi perro goza de libertad de movimiento porque sé que obedecerá el tono de mi voz.
Es un hecho comprobable que entiende perfectamente bien lo que le digo y también lo que le quiero decir. Sí, lee entre líneas.
Mi mayor temor era que se fuera hacia la carretera que pasa muy cerca, por arriba de la playa.
Después que se había mojado todo lo que quiso, a su modo me pidió que lo secara, refregando su cuerpo contra mis pantalones. Lo froté con su toalla mientras emitía sonidos guturales placenteros, asumo, porque me ponía el lomo para que no me detuviera y pone el lado por el que quiere que le seque.
Después nos fuimos a caminar por la playa, pero advirtiéndole que no se fuera para el camino ni para el mar que ya estaba casi seco. -Derechito. Y de vez en cuando miraba hacia tras para ver si le indicaba otra cosa. Porque sabe que él aunque camine adelante no dirige la marcha.
LLegamos hasta cierto punto y me detengo: -Ya, hasta aquí no más, nos vamos. Ven, vamos.
Y se devuelve, queda atrás por algunos metros y luego me pasa o camina un tramo a mi lado y luego se adelanta pero siempre pendiente de mí.
Cuando lo llamo a la distancia, en vez de gritarle, lo llamo haciendo sonar las palmas, o palmoteándome una pierna, uso mucho las manos para hacerle señas que él entiende, un chasquido de dedos y mi índice derecho tienen tanto poder como el mejor de los silvatos.
La arena estaba un poco caliente y se quemaba una poco la guata y las patas, no podía quedarse mucho rato echado en la misma postura, se notaba incómodo. Le extendí su toalla en la arena y le dije: -Ven, échate, aquí, a la vez que le indicaba con precisión la toalla estirada a mi lado. Entendió que era para él y se echó cual divo sobre su toalla.
Es que nos entendemos muy bien. Él sabe que lo cuido, que lo protejo, que lo quiero mucho, sabe que es mi perro, y también sabe que si le pido que me obedezca es por su bien.
Es un perro inteligente.
Lo que me dio más risa fue que cuando nos decidimos ir y le abrí la puerta trasera del porta maletas se subió de un salto sin que le alcanzara a decir: -sube.
Hoy fue un buen día. Mi perro se sintió feliz y yo me sentí feliz por él.
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