No sé por qué tengo el presentimiento que este año se pasará volando.
Ya estamos finalizando la primera semana de febrero cuando no hacía mucho estábamos celebrando el Año Nuevo.
Ya acabó el año chino del Tigre, mi año y comenzó el del Conejo. Y pronto llegará el primer día de clases en marzo, luego la Semana Santa, el 1° y el 21 de mayo, las vacaciones de invierno, el 18 de septiembre, el 1° de noviembre, el 8 de diciembre y la Navidad. Otra vez el Año Nuevo y ni nos daremos cuenta como se nos pasó otra vez un año.
Y así suman y siguen los años de la vida.
Siempre he pensado que la vida es como un océano inmenso en el que todos estamos tratando de mantenernos a flote. Unos nadan con más o menos estilo, otras usan salvavidas o flotadores, y el que no sabe, pataléa, y en el intento puede ahogar a quien tiene al lado.
Lo ideal es aprender a nadar y nadar bien, solito o acompañado, en equipo; y ojalá con cierta clase de estilo, sabiendo muy bien dosificar el esfuerzo para no cansarse antes de tiempo, antes de la meta o siguiente estación de relevo.
Quienes saben nadar, a veces flotan para descansar o simplemente para disfrutar de la sensación de ir como a la deriva, que debe ser lo más parecido a volar con gravedad 0.
Saber nadar, de algún modo es como saber vivir y vivir bien.
Bueno, pero mi idea va por otro lado.
Retomo.
Estamos todos en medio de este inmenso océano tratando de mantener la cabeza fuera del agua, pataleando para delante, día a día, y los feriados y domingos en el año, vendrían siendo como pequeñas islas o islotes que tenemos a la vista y a cuya orilla nos podemos arrimar para descansar y recargar fuerzas, antes de iniciar al día siguiente, que por lo general es lunes, en que vuelve a comenzar la jornada natatoria que continuará por el resto de la semana hasta el próximo rojo en el calendario.
Las vacaciones serían una suerte de archipiélagos, y los feriados largos, islas volcánicas, en las que no se puede descansar con demasiado relajo porque en una de éstas pueden hacer erupción, que es lo mismo a no alcanzar a desenchufarse de la rutina cuando ya se debe volver a la vida de lunes a viernes.
Y como en todo el planeta hay más agua que tierra, la vida será nadar y nadar, hasta la muerte, de isla en isla. A menos, claro, ganarse la Lotería y comprarse una isla para quedarse a vivir por siempre ahí y entretenerse mirando como el resto tiene que pasar nadando hasta que el calendario lo ordene.
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