A veces me pregunto por qué la Vida es así. Le da pan fresco a quien ya no quiere más pan o pan duro a quien no tiene dientes.
Sé que es muy tonto de mi parte quejarme porque no tengo de qué quejarme. De quejarme sólo podría hacerlo de llena.
Pero en estricto rigor, si soy completamente honesta conmigo misma, no me siento del todo contenta ni satisfecha, hay algo que no me tiene tranquila ni me deja sentirme completamente dueña de mí para disfrutar a concho lo que la vida me ha ofrecido como un modo de recomponer el vaso roto, de buscar hacer las paces conmigo, y resarcir o enmendar en rumbo que había extendido ante mi horizonte.
Por qué el corazón tiene que ser tan estúpido, por qué le dejaría el timón de mi vida a un estúpido?
Una vez creí que sí podría someter mi corazón a la voluntad de mi mente. Lo logré, pero nunca calculé que luego mi corazón tomaría el control de mi mente, al punto de anular casi por completo mi voluntad.
Aún no he salido del todo de ese estado medio somnoliento en que me dejó ese proceso en que mi corazón gobernaba mi mente y mi voluntad.
He recuperado un poco de control, pero digamos que estaba en un periodo de transición, estaba en ese periodo como de revuelta revolucionaria que busca derrotar la dictadura para ceder paso a un gobierno democrático. Estaba dando la pelea solita, y así estaba bien, sentía que era mejor así, para sentirme dueña absoluta de todos los créditos para no tener que deberle la gloria de haber vencido a nadie. Después de todo era mi propia batalla.
Pero la vida quiso hacerse la simpática conmigo por alguna razón y me envió un refuerzo, un apoyo logístico y moral, que me ayudara a sobreponerme y recuperar fuerzas más rápido y pasar más pronto al nuevo estado de libertad.
Pero yo quería ser libre al menos por un tiempo más, libre e independiente. Quería reafirmarme sola.
Qué tontería.
Por qué si yo no estaba lista, aún.
Me siento como un agónico que está completamente lúcido, se da cuenta de todo lo que pasa a su alrededor, del sufrimiento que su estado causa a sus cercanos y se siente impotente porque quisiera mejorarse pero no puede. No puede porque la cura no está en sus manos. Sin embargo a su lado hay alguien que le ofrece un elixir que le quita el dolor, que le hace sentir mucho mejor, pero no lo recupera, no le devuelve la salud. La enfermedad está ahí, sólo que ya es más llevadera.
Y por no poder mejorar, también teme perder el efecto del elixir, o más bien a quien le da las cucharaditas cada 8 horas puntualmente todos los días con afecto y devoción.
No puedo ser tan egoísta y retener a mi lado a quien me da el elixir sólo porque me hace sentir bien, sabiendo que su pócima no es la cura definitiva a mi mal.
Tal vez por efecto acumulativo, de tanto tomar regularmente aquella libación de pronto llegue un día, y mi mal se habrá ido del todo, no lo sé. Supongo que sólo el Tiempo tiene la respuesta.
Ay, Dios! Y si te equivocaste?
Y si me estoy equivocando?
Sé que es muy tonto de mi parte quejarme porque no tengo de qué quejarme. De quejarme sólo podría hacerlo de llena.
Pero en estricto rigor, si soy completamente honesta conmigo misma, no me siento del todo contenta ni satisfecha, hay algo que no me tiene tranquila ni me deja sentirme completamente dueña de mí para disfrutar a concho lo que la vida me ha ofrecido como un modo de recomponer el vaso roto, de buscar hacer las paces conmigo, y resarcir o enmendar en rumbo que había extendido ante mi horizonte.
Por qué el corazón tiene que ser tan estúpido, por qué le dejaría el timón de mi vida a un estúpido?
Una vez creí que sí podría someter mi corazón a la voluntad de mi mente. Lo logré, pero nunca calculé que luego mi corazón tomaría el control de mi mente, al punto de anular casi por completo mi voluntad.
Aún no he salido del todo de ese estado medio somnoliento en que me dejó ese proceso en que mi corazón gobernaba mi mente y mi voluntad.
He recuperado un poco de control, pero digamos que estaba en un periodo de transición, estaba en ese periodo como de revuelta revolucionaria que busca derrotar la dictadura para ceder paso a un gobierno democrático. Estaba dando la pelea solita, y así estaba bien, sentía que era mejor así, para sentirme dueña absoluta de todos los créditos para no tener que deberle la gloria de haber vencido a nadie. Después de todo era mi propia batalla.
Pero la vida quiso hacerse la simpática conmigo por alguna razón y me envió un refuerzo, un apoyo logístico y moral, que me ayudara a sobreponerme y recuperar fuerzas más rápido y pasar más pronto al nuevo estado de libertad.
Pero yo quería ser libre al menos por un tiempo más, libre e independiente. Quería reafirmarme sola.
Qué tontería.
Por qué si yo no estaba lista, aún.
Me siento como un agónico que está completamente lúcido, se da cuenta de todo lo que pasa a su alrededor, del sufrimiento que su estado causa a sus cercanos y se siente impotente porque quisiera mejorarse pero no puede. No puede porque la cura no está en sus manos. Sin embargo a su lado hay alguien que le ofrece un elixir que le quita el dolor, que le hace sentir mucho mejor, pero no lo recupera, no le devuelve la salud. La enfermedad está ahí, sólo que ya es más llevadera.
Y por no poder mejorar, también teme perder el efecto del elixir, o más bien a quien le da las cucharaditas cada 8 horas puntualmente todos los días con afecto y devoción.
No puedo ser tan egoísta y retener a mi lado a quien me da el elixir sólo porque me hace sentir bien, sabiendo que su pócima no es la cura definitiva a mi mal.
Tal vez por efecto acumulativo, de tanto tomar regularmente aquella libación de pronto llegue un día, y mi mal se habrá ido del todo, no lo sé. Supongo que sólo el Tiempo tiene la respuesta.
Ay, Dios! Y si te equivocaste?
Y si me estoy equivocando?
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