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domingo, 27 de marzo de 2011

Caminos.

Creo que me he pasado la vida viendo películas más que viviendo realmente la vida. Siempre deseando que mi vida sea como una película. Que tonta!
De todas las películas que he visto sólo recuerdo muy pocas enteras, a menudo las que he visto más de dos veces, del resto sólo recuerdo trocitos, chispazos de la historia general, alguna escena que me impresionó de un modo u otro, porque me hizo pensar y hallar una respuesta, o simplemente porque aprendí algo que no sabía. 
El otro día recordé una parte del "Gran pez", cuando el personaje, que interpretaba Albert Finney, aún era un niño y vio el modo en que  moriría en el reflejo de luz en el ojo de vidrio de la vieja bruja donde se decía se podía ver el futuro y a la muerte.
Recordé ese fragmento tal vez porque en este momento lo que más me gustaría saber es cuál será mi destino.
Cómo poder saberlo?
 El personaje de Finney en el Gran Pez, se dedicó a vivir a concho la vida, disfrutó cada segundo, corrió todos los riesgos sin temor alguno porque sabía que la muerte le hallaría en la cama luego de un larga enfermedad llagada la vejez, mientras tanto simplemente vivió, gozó y fue feliz aunque fuera un incomprendido por su propio hijo que nunca creyó ninguna de sus historias, sino hasta que vio a toda la extraña gente que asistió a los funerales de su padre, sólo entonces pudo saber que su padre no había sido un farsante.
Bueno, el punto es que si pudiera saber qué me depara el destino podría tomar más riesgos, podría atreverme a vivir más la vida, podría decidir sin temor a equivocarme qué camino seguir.
El Destino...
Cómo hacer que Dios me diga qué debo hacer clarito, clarito, sin tener que correr el riego de equivocarme haciendo una interpretación a mi medida sin considerar lo que realmente me quiere decir?
Una vez una gitana me propuso revelarme mi destino y me negué cortésmente diciendo:
-No, gracias, prefiero que sea sorpresa.- 
En esa época no tendría más de 16 años o 18 cuando más. 
Me pregunto si habría sido mi destino diferente en esos años a lo que puede ser ahora, suponiendo que las millones de decisiones que he tomado desde entonces lo pudiesen haber cambiado tantas veces como decisiones tomé?
Y si todas las decisiones que tomé estaban escritas para que pudiese estar exactamente en este preciso punto de mi vida en que me encuentro ahora, cuestionándome los arcanos de mi destino?
Una vez dije: - Prefiero arrepentirme de cosas que no he hecho y no, de lo que sí he hecho. 
De algún modo no es fácil aceptar cuando los eventos de la vida nos recuerdan la propia cobardía, pero a veces, y no quiero justificarme, no se trata de cobardía simplemente, es algo un poco más complejo. Ser cobarde es fácil, lo difícil es tener el coraje necesario para renunciar a lo que puede ser en pos de un bien mayor, que va más allá de los propios intereses, incluso de la propia felicidad, para lo que se necesita mucha valentía pero que juzgado desde afuera sólo puede ser cobardía.
Los ojos ven hechos pero no motivos.
Pero sean los motivos que sean, son los hechos los que  finalmente construyen la vida o la destruyen, todo depende.
Quizás me comencé a labrar mi propio destino el día que me negué a confesar mis sentimientos por pura inseguridad. Tenía 17 años, me quedaban días para saber los resultados de la P.A.A., y el hombre de mis sueños estaba justo de pié frente a mí mirándome a los ojos en silencio y yo quité la vista de la suya con miedo a que descubriera en mis ojos todo el amor que sentía por él. 
Siempre recuerdo la intensidad de los colores bajo la luz del sol de aquella tarde.
Fui cobarde? 
O simplemente preví un destino que no podría ser porque sentí que mi vida sería otra?
Había demasiado en juego. Ni él ni yo estábamos preparados para la vida. Él llevaba recién primer o segundo año de universidad y yo ni siquiera sabía si había sido aceptada. 
Había tanto que nos acercaba y lo mismo nos separaba. 
A los 17 años me jugué el resto de mi vida.
Si lo hice bien o mal, no lo sé.
Supongo que sí, al menos por él. Él es feliz en su vida, tiene en espléndido trabajo, y una linda familia.
Yo no me lamento, he aprendido a vivir con las consecuencias de mis acciones, pero no puedo evitar pensar en lo que habría sido mi vida de haber tomado otro camino.
Ahora es diferente, asumo mis renuncias con más valor porque de algún modo intuyo que las razones correctas han de ser, algún día, reconocidas y recompensadas.
Lo único seguro en esta vida, es la muerte. Pero mientras eso no ocurra, hay que vivir.
Del modo como la vivamos, dependerá de cuánta sea la sabiduría que hayamos adquirido en los caminos que hemos recorrido en este Mundo.

sábado, 19 de marzo de 2011

Phoenix.

Es extraño. Las contradicciones y paradojas de la vida.
Éste, siento que es mi espacio más íntimo y a la vez el más público. Aquí me siento a salvo. Curioso, es el espacio más abierto y sin embargo me siento protegida. Es casi como arrancar al medio de la calle o de confundirse en medio de la multitud para escapar de alguna clase de peligro. Raro, no? Pero tiene sentido, supongo.
Estaba saliendo de mi parálisis, dispuesta a retomar mi vida, ya había dado un primer paso, incluso había vuelto a confiar en mi intuición, y ya había aceptado la idea de que mi futuro es mi responsabilidad y mi vida es sólo mi vida. Ya me había despedido de todo, dispuesta a seguir aún con el círculo inconcluso, pero ya me había hecho a la idea que así sería y no había nada que yo pudiera hacer al respecto, sólo darle tiempo al tiempo para que me dejara de importar hasta que llegara un día y pasaran esas 24 horas sin recordar algo en absoluto.
Fue el miércoles, cuando atravesaba O'Higgins a la altura de Tucapel, vi un globo naranjo que flotaba entre los gases calientes de las micros y lo primero que pensé pero sin palabras, sólo tuve la sensación, de que estaba siendo testigo de una señal que debía interpretar. Había pedido tanto por una señal para saber a qué a tenerme ante la falta de una respuesta que me diera luces antes de decidir qué hacer.
Era un globo naranja, el color no podía ser otro? El naranjo es  un sinónimo casi como su segundo nombre, pensé en él de inmediato. El globo iba de acá para allá, pero siempre se mantenía a mi izquierda. Casi se me pasa el rojo por estar pajareando abstraída en mis ideas respecto a la trayectoria azarosa de aquel globo. Cuando me decido a atravesar antes que el semáforo cambiara a verde otra vez, aquel globo se me cruzó por delante, pero salió de mi camino justo antes de dar el paso que me correspondía para avanzar. Llegué a la vereda y me desentendí del globo, no sé qué sería de él, estaba ensimismada en tratar de dilucidar el significado de aquella escena, si es que tenía alguno más o menos lógico.
Aquel día como la mayoría de mis días ya sin esperanzas, no tuve ningún apuro en revisar mi correo. Cuando lo hice me encontré con dos mensajes que hicieron que mi pulso casi inerte volviera a la vida.
Entonces, es lo que no me explico: por qué.
Si ya estaba más o menos conforme, ya estaba más o menos entregada a la idea que mi vida sería sin él, por qué aparecerse pero al mismo tiempo no han dejado sólo de ser palabras que no puedo creer del todo porque no hay hechos que las avalen ni les den consistencia.
Soy racional antes que sentimental, no creo en palabras por muy bonitas que suenen pero que aún siguen en el aire, creo en hechos, pruebas, evidencias.
Los recuerdos ni las intenciones me alcanzan para alimentar un fuego que ya casi está extinto, brazas tenues en medio de mucha ceniza.
La ceniza sirve de sustrato para formar humus que haga posible la nueva vida, a eso se debe referir el Mito del Ave Phoenix con eso de "renacer de las cenizas". No es literal, debe estar escrito en un código simbólico de lo que significa cuando algo acaba y en su lugar surge algo nuevo, pero no de la nada, sino a partir de las ruinas, residuos, o en este caso: cenizas de lo que antes hubo en aquel mismo lugar.
Es cierto, ya no soy la misma ilusa soñadora de  hace algún tiempo atrás.
Ya no me importa qué haga o deje de hacer.
Ahora,  lo que yo hago o dejo de hacer es lo realmente importante, porque es mi vida y nadie la puede vivir por mí.