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sábado, 6 de octubre de 2012

Una nueva puerta.

Esta es la primera vez que siento deseos de volver a escribir luego de largo tiempo de silencio. 
Supongo que no tenía claro qué decir de nuevo, tampoco sentía ganas de escribir. Hasta escribir se había convertido en un acto doloroso que traía a mi memoria recuerdos ingratos, pues escribir había sido mi actividad compañera de mis momentos más felices. Y cuando todo se tornó gris, quedó la escritura encerrada en el mismo saco de lo que quería olvidar.
Con el paso del tiempo y las muchas cosas que han pasado ahora último me han enseñado que para exorcizar viejos fantasmas hay que enfrentarlos como único método de erradicación definitivo y que esconder la cabeza bajo tierra no hace más que postergar el final inevitable.
Tratar de olvidarme también de escribir es tan absurdo como si hubiera querido lobotomizarme el cerebro sólo para no recordar.
Todo este tiempo ha sido un largo aprendizaje de ciertas cosas de la Vida y la pricipal lección ha sido entender que hay muchas cosas que se deben simplemente aceptar sin demasiados cuestionamientos, sin tratar de hallarles tantas patas de por qué pasó lo que pasó. Simplemente aceptar que tenía que pasar y ya está.
Creo que ya he alcanzado el sitio en lo alto de la montaña desde donde puedo sentarme a contemplar el resto del paisaje a mis pies y comprender cómo todo se dio en retrospectiva panorámica.
El camino que recorrí lo debía recorrer para ahora entender cuestiones más fundamentales como entender qué es lo que realmente quiero en mi vida.
Antes era una pájaro nuevo, con edad, tal vez, pero sin mucha experiencia de la vida total, así en grande, con recorrido, carrete y mundo.
Había vivido la vida sólo por un menú a colores, pero no la había vivido, no había probado todos los platos de la carta, ahora tampoco, pero pude saborear algunos y lo que probé ya sé como saben y no estoy dispuesta a pagar por una cena completa de lo mismo que ya degusté y no me agradó.
Fue como haber aceptado el bocadillo en el pasillo del supermercado y no comprar el producto ofertado porque el sabor era malo, demasiado sintético, puaj, un asco de producto.
Pero esa misma experiencia, sirve para saber notar la diferencia a la hora de aceptar un bocado  de buena calidad, con sabor natural con ingredientes 100% naturales. Para refinar el paladar a veces es necesario haber probado lo desechable de lo exquisito, puro y verdaderamente de buena calidad.
La clave es distinguir lo verdadero de lo falso, la bueno de lo malo, y para desarrollar la habilidad necesaria a la hora de distinguir ha sido menester probar  lo falso y lo malo, y comprobar en acción que no dura todo lo que debería durar, no cumple con la norma, se descompone en el momento menos indicado, y  que no es de confianza en absoluto, que te deja a mitad de camino abandonado en medio de la nada. 
Es como ese manido slogan: "No acepte imitaciones...". Es más o menos lo mismo, sólo que tratándose de relaciones y personas, esa etiqueta no la llevan visible o tal vez sí, pero hay que tener los ojos bien abiertos para saber verla a dónde la lleven escondida.
En fin, fue la lección por la que tuve que pasar para distinguir un strass de un diamante.
Pero lo lindo de todo es que al final del arco iris sí había la mítica caldera y todo indica que sí es oro de 18K.
Ya me siento un poco veterana de vuelta de algunas pocas batallas, las heridas de guerra que llevo en el corazón me han vuelto precavida y más cautelosa, todo con calma y un paso a la vez. Nada ha sido en vano, eso lo tengo clarísimo y lo asumo con hidalguía y la frente en alto.
Mi conciencia está tranquila y ahora sólo cosecho lo que he sembrado.
Cuando se ha dado amor, de alguna manera se recibe amor, es ley de la vida. Tarda, no es de inmediato, la vida se toma su tiempo, se da algunas vueltas sobre sí misma buscándose la cola pero al final del túnel se ve la luz. 
Y  puedo decir ahora que luego de tanta pena ya me siento mejor, y soy feliz, me siento completa conmigo misma porque  fui capaz de sacar la nariz fuera del agua para volver a respirar, fui capaz de salir y sacar mi vida adelante y a partir de ahí me siento capaz de hacer feliz a alguien más que a su vez me hace feliz con su felicidad porque le hago sentir bien consigo mismo. Es algo casi trabalingüístico, pero no se me ocurre otro modo mejor para explicarlo. Es el círculo felizmente vicioso de la FELICIDAD, jejeje. 
No sé si estaré de vuelta con más regularidad, quizás no tanta como la que acostumbraba del principio porque no es tanto el tiempo del que dispongo pero sí, al menos, he vuelto a disfrutar de escribir, tal como era antes. Y eso me tiene contenta.
Siento como que se abre el inicio a una nueva vida y yo tengo la llave;  la vida ha puesto la cerradura; y alguien más,  una nueva puerta.