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viernes, 9 de marzo de 2012

Las luces del puerto.

Siempre creí que la pureza de los sentimientos eran una virtud que se debía cultivar y jamás tranzar.
Lo sigo sosteniendo aún cuando me cueste la vida en soledad.
No odiar, no engañar, no mentir. Cumplir con las promesas, honrar la palabra empañada, ser fiel a los principios y  proceder con honradez siempre.
Hay cosas que no se deben hacer y punto, no importa si se quiere o si se puede, pero no se debe porque siempre hay un BIEN mayor que proteger.
Y esto debe ser así para no perder el sentido de la realidad y de la lógica cuando los límites se vuelvan difusos, cuando los ritmos de la vida queden retrasados ante los apremios de las necesidades, para cuando se haga la oscuridad sobre el sentido común y se pierda el camino de vista.
Siempre creí que si seguía las reglas y no me salía del carril, sería feliz.
Yo iba por el carril, hasta que de pronto el resto de la línea que creí ver continuar hacia el horizontes y que debería seguir, de pronto ya no estuvo frente a mi vista. Todos mis deseos de cumpleaños soplados a lo largo de mi vida, habían tomado su propio rumbo. Mi vida entera se fue por el caño. Dejé de creer que si seguía por el carril sería feliz. Decidí detenerme  a un costado, esperando no sé qué, sentada en el andén.
La vida pasa finalmente la factura con los ciclos inconclusos que dejamos, tarde o temprano, indefectiblemente.
A veces los sueños no bastan, ni la realidad se puede construir desde la nada.
Sólo queda el ahora, este instante, lo que puedo oler, saborear, tocar, ver y oír, si dejo de lado este ahora, por soñar, imaginar un futuro que nadie sabe, lo pierdo todo, me quedo aún más sola, sin siquiera recuerdos.  
Ni el mejor sueño podrá reemplazar alguna vez un abrazo, una caricia, un beso.
A menudo olvido lo afortunada que soy, tengo todo lo que necesito y aún así no me siento feliz.
Muchas veces he pensado que si por fin tuviese lo que tanto anhelo creyendo que es lo único que me falta para completar mi felicidad, sería entonces feliz, realmente feliz?
Y creo que es ahí donde precisamente estriba  la grieta a esta hipótesis.
No son las cosas que tenemos, ni las personas que podamos tener alrededor que y quienes  nos hagan ser  o estar felices. La felicidad, tal como la belleza es una cuestión de actitud.
Hay que sentirse ser feliz, y lo demás vendrá por añadidura, irradias felicidad, haces sentir a los demás felices y estarás feliz sintiéndote ser feliz.
Sin importar lo que suceda, sin que los problemas, la pena, la ingratitud, la soledad, la indiferencia, la envidia, la rabia, nos afecten. 
Pese a toda la oscuridad que nos circunda, no dejemos de destellar nuestra luz interior para iluminar el entorno y encender otras luces a nuestro alrededor, propagando así la claridad y hacer visible la costa para los que aún navegan en tinieblas, siendo como se vería un puerto iluminado de noche.
Para salir de mi dolor, he tratado de ver desde otra perspectiva la situación.
Ahora ya he aceptado toda mi historia como una experiencia, un aprendizaje, una lección de vida. Dura, muy dolorosa, pero necesaria, experiencia por la que tenía que pasar, seguro, como una preparación para lo que pueda estar por venir. Una especie de ensayo por error, para estar preparada para reconocer lo que es de lo que no es, de lo que acepto y de lo que no, de lo que quiero y de lo que no quiero en mi vida.
Tengo las cosas más claras que antes, ahora sé exactamente qué es lo que aceptaré de la vida y qué rechazaré.
Ya no tengo miedo a decir que no, por temor a herir o a ofender. Puedo ser muy diplomática pero eso no quita que mi posición sea firme e inamovible.
Hay cosas que he aprendido últimamente, que vienen de otros ámbitos, pero que son perfectamente aplicables a la vida real y que me han ayudado a reafirmar mi carácter un poco más, a definir y modelar mejor mi manera de ser.
Las cosas claras, conservan la amistad.
Más que ser tan digna y responsable, lo que vale es la firmeza de las convicciones.

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