En el camino de vuelta a casa, la ruta de regreso pasa por una avenida del barrio alto de la ciudad que combina tanto residencias particulares muy lindas entre mucho follaje verde con locales comerciales, clínicas, hoteles, universidades, colegios, bancos y restaurantes.
Entre el paraje me llamó la atención una casa grande de dos pisos completamente derruida que aún permanece en pie detrás del esqueleto abandonado de una embotelladora que funcionaba en otra época.
Supongo que la casa aquella por la ubicación y estado de deterioro debió pertenecer también a la compañía y por lo que queda de su estructura debió haber sido la casa que le daban al gerente.
(Bueno, esto recién lo concluí ahora, lo confieso. No se me había ocurrido antes cuando la vi.)
En ese momento mientras venía pasando por el resto de la avenida con arboledas por los costados y el viento me entraba por la ventanilla, pensé que esa casa debió pertenecerle a gente de dinero con muchos hijos y que ahora ya todos grandes con sus vidas hechas y los viejos probablemente ya muertos, nadie ha querido hacerse cargo de la vieja casa y ahí ha quedado en el olvido a merced del tiempo y las inclemencias del clima.
Con esa imagen de decadencia y destrucción en mente, imaginé lo clásico en casos así:
Gente, una pareja, hombre y mujer, un matrimonio esforzándose en la vida entre el día a día, los hijos y más hijos que iban llegando al paso del tiempo, la familia, el amor o las presiones sociales, morales o religiosas, obligando de paso a buscarse la vida de la manera más rentable aún cuando aquello significara el doble de esfuerzo y más tiempo fuera de casa lejos del hogar, esposa e hijos, perdiendo aquellos momentos memorables por los que vale la pena la vida pero que alguien tiene que sacrificar para sostener económicamente la vida.
Claro, la vida debió haber valido bien la pena si todo aquellos esfuerzos y sacrificios sirvieron para educar a una prole de manera correcta y rectilínea hasta que estuvieran en condiciones de volar por sus propios medios para formar sus propias vidas.
Y los viejos se irían quedando de apoco solos con el nido vacío, luego llegarían los nietos y la casa se volvería a llenar de vida para las fiestas, vacaciones o fines de semana largos, al menos hasta que la buena salud les acompañara.
Cuando ya no estuvieran más, la casa de apoco habría ido perdiendo brillo y encanto hasta llegar a ser sólo una triste ruina de tiempos más felices.
Con esta fábula en mente, pensé:
Sirven de algo los bienes inmuebles como un propósito por sí mismos o deben ser sólo un medio para criar una familia en condiciones dignas, saludables y cómodas?
Es decir, vale la pena tener por tener bienes materiales en esta vida, por el mero afán de acaparamiento o vanidad o son los bienes materiales un medio para vivir esta vida de mejor manera?
Las condiciones de esa casa tal como se veía, con las latas oxidadas del techo arriscadas y las vigas al aire, sin un sólo vidrio entero en sus múltiples ventanas, muros semi derrumbados que dejaban ver por dentro, como un esqueleto destripado, un pasado ausente.
La postal me hizo reflexionar sobre el propósito de la vida, cuál debe ser?
Qué debe importar más, si lo material, la posición social y económica que la posesión de bienes materiales otorgan, por la que nos diferenciamos o por la que somos clasificados; o acaso lo más importante es aquello que logramos con nuestra vida, las cosas que hacemos para vivir pero que vayan también en directo beneficio de los demás, para ser finalmente recordados con cariño en los corazones de la gente que nos haya importado y así sin importar la muerte ni los años bajo tierra, seguir viviendo en la memoria colectiva de nuestros seres queridos que nos sobrevivan. ?
Porque por más casa grande que tengamos, por todos los sacrificios del mundo que hubiésemos hecho por obtenerla, desviviéndonos para mantenerla lo más lujosa y bella posible, nada pero absolutamente nada de eso nos llevaremos a la tumba el día del Día.
Si esa casa no sirvió para haber albergado los sueños y las esperanzas, la crianza y educación de la parvada, si esa casa no sirvió para acoger a los visitantes, a la familia y a los amigos para las celebraciones y las alegrías que le dan la Felicidad a la vida. Nada de todo aquel tiempo afuera soportando presiones para ser capaz de conservarla dentro del patrimonio familiar, habrá valido la pena.
Porque cuando se deja esta vida nada de lo material conseguido en vida, ni la casa, ni los jardines, ni los autos, ni los cuadros, ni las esculturas, los libros, ni las joyas, ni los aparatos electrónicos, nada nos llevaremos para el otro mundo. Apenas nos quedaremos con la ropa que alguien nos escoja para vestir nuestro cadáver para que se vea decente y que acabará tan apolillada como nuestra carne.
Por tanto, mi conclusión es: que las cosas materiales deben ser sólo un medio para hacernos más fácil la vida pero jamás deberían llegar a ser un fin por sí mismo y menos deberíamos basar ni medir nuestro nivel de felicidad individual por la cantidad de cosas materiales que poseamos.
No entender esto, no tenerlo claro, es no haber entendido nada de la vida.
Tenemos que tener muy claro que al final de la meta, sólo nos podría acompañar el cariño, el aprecio, el respeto, la admiración y el amor de los que dejamos vivos que significaron la vida para nosotros.
Como dije, es posible que esa casa haya tenido una vida bastante impersonal, pasando de mano en mano dependiendo del gerente de turno de la CCU.
Nunca se sabe qué nos hará pensar más allá de la nariz.
Es lo bueno de tener tiempo para reflexionar.
Si debo resumir esto en una moraleja, diría que:
Me gustaría dejar un recuerdo que no fuera como esa casa.
Aunque no sé si aún tengo tiempo para formar una familia y que la casa linda y grande sólo fuera un medio y no un fin.
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