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sábado, 6 de noviembre de 2010

Dedicado a un gran hombre, al mejor Hombre del Mundo.

Nunca parto escribiendo el título, pero esta vez es distinto.
Esta vez es parte de un ensayo de homenaje para un gran hombre que se ha ido pero que jamás será olvidado.
La grandeza de un hombre se mide por sus obras, por lo que ha hecho, por lo que ha logrado hacer en la vida, no tanto en la suya, propia, como por la influencia bienhechora que pudo tener en la vida de los demás.
Quienes tuvimos la fortuna, el honor y el privilegio de conocerle, y de haberle querido mucho, de haber sido tocados por sus enseñanzas de vida, somos y seremos, mientras vivamos, un vívido recuerdo de su paso por esta Tierra.
El tío O.
Es cierto, hace mucho que no lo veía y casi no puedo distinguir exactamente cuándo fue la última vez que lo vi, pero sí recuerdo algunas de nuestras conversaciones por teléfono de los últimos meses, antes que su enfermedad comenzara a hacer estragos en sus capacidad física y a mermar sus fuerzas, incluso hasta para charlar por teléfono, pero nunca perdió la lucidez, no hasta que el obligado uso de poderosos medicamentos contra el dolor provocaron en él ese estado que cuesta distinguir en qué parte de la vida se encuentra el paciente.
Racionalmente entiendo que es parte de la vida, morir, y que luego de tanto padecimiento, es justo descansar.
La pena que sentimos los que quedamos, es más por nosotros mismos, que nos vamos quedando solos y en silencio, sin esas personas especiales que nos guiaban el camino, que nos alumbraban como faros en la oscuridad, que siempre tenían la visión lúcida de la palabra precisa para el consejo justo.
Releyendo las cartas que guardo de nuestra fluída comunicación epistolar que sostuvimos por un tiempo, a la antigua, a papel y a lápiz, por correo con cartero a la puerta justo a la hora de almuerzo, incluído, me hacen redescubrir lo insensata que he sido, y cuánta razón ha tenido siempre.
Ahora, varios años más vieja, y quizás sí, un poco más madura también, comprendo mucho mejor lo que en ese entonces me decía.
Tantas sutilezas, descubro el trazo de educador por sobre todas las cosas, pero también distingo ese humor tan característico de quien no quiere aburrir con un discurso latero para no ahuyentar y provocar distancia o rechazo en a quien van dirigidos toda las grandes teorías, máximas, y en definitiva, toda la sabiduría de años de experiencia de una vida larga y llena de desafíos intelectuales y personales que generosamente compendia en un entretenidos relatos de vida y pone al servicio de una cabeza loca como yo.
Ahora que lo pienso mejor, el tío O. me debió tener en muy alta estima, de otro modo no se hubiese tomado tantas molestias por mí. A pesar de estar jubilado muchos años, se mantenía siempre muy activo y vigente, su opinión era gravitante, y era considerada completamente decisiva dentro de su círculo de influencias, lo que le hacía ser un hombre muy ocupado, y aún así se daba el tiempo para responder mis sonsas cartas.
Me trataba de colega y siempre sentí que el título me quedaba grande, como un poncho diez tallas más que yo.
Compartíamos intereses, nos tratábamos de tú a tú, hablábamos el mismo idioma. Nos entendíamos perfectamente, sólo que yo nunca me animé a seguir sus consejos, siempre dudé de mí misma, nunca sentí tener la fuerza suficiente para romper mi inercia.
Sus consejos eran como las luces en la pista de despegue, pero me faltaba la perspectiva más allá del final de la pista, ahora que ya la tengo, releo sus consejos y son exactamente lo mismo que me repito a mí misma.  Y lo curioso es que no recordaba ni una de esas palabras, sin embargo de algún modo debieron intergrarse a mi ADN, pues como él bosquejara, para mí, la vida, sin intención  he hecho parte de como soy ahora todo aquello que él enunciara con su letra cansada y temblorosa de los últimos años.
Me reformé bajo la luz de sus ideas, sin tener consciencia absoluta de estar eligiendo el mismo camino por el que él ya había transitado.
De algún modo fue mi maestro, mi guía, mi mentor.
Era, es y seguirá siendo siempre mi querido tío O, un hombre digno de todo mi respeto y admiración, al que le debo una despedida con honores, digna de un gran hombre. Sólo espero llegar a ser yo, algún día, digna y honorable para despedirme de él.
Tío querido, sé que debo finiquitar el proceso pendiente solo por mí, que es el desafío que debo vencer para sentirme dueña de mi destino, lo sé. Me hubiese gustado haber tenido antes mejores noticias para alegrarte un poquito uno de tus días.
Seré la mejor, siempre, sólo porque quiero ser una digna sobrina nieta del mejor tío abuelo del Mundo.
Y que todos digan, no se puede esperar menos de la sobrina nieta de don O, el mejor hombre del Mundo.
Descansa en Paz, mi siempre bien querido y por siempre recordado, tío O.

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