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jueves, 28 de abril de 2011

Círculo de seguridad.

Recuerdo una escena de La guerra de los mundos, la versión con Tom Cruise como padre de la pequeña y neurótica niña encarnada por la futura Betty Davis, Dakota Fanning. Va Cruise manejando y la niña en el asiento trasero con un ataque de pánico. Me llamó la atención la manera de contener la crisis de neuras, que se abrazara las rodillas y formara un "círculo de seguridad". Se me quedó eso dando vueltas, desde hace años, y hasta ahora lo recordé.
Tengo un fuerte presentimiento y todo apunta a que deberé enfrentar cambios drásticos en mi estilo de vida, el tranquilo y despreocupado, sin grandes responsabilidades que he llevado hasta ahora. Creo que todo eso está por acabarse.
De la lejana contemplación de los eventos  pasaré a ser una pieza más del molinillo.
Entonces, hoy pensaba mientras le hacía cariño a mi perro, qué bien se está así, sintiendo su pelaje suave como si esa calma que ambos logramos luego de jugarnos a lo loco desperdiciando energía con el sólo afán de entretenernos para matar el tiempo y la soledad. Sentados, con su cabeza sobre mis piernas, bajando el voltaje, con la mirada perdida en algún punto lejano al final del patio, y respirando profundo, sintiendo que todo está bien, tranquilo, que nada en ese instante varía, que el aire es aire, que la vida no cambiará.
Creo que ahí está la clave: en el goce del INSTANTE. Sentir que por esas décimas de segundos, en que se tiene ese pensamiento en que se logra vislumbrar el momento identificado y acotado como instante, se pueda lograr paz, una paz interior breve pero profunda en que se logra capturar una cierta inamovilidad del tiempo, tiempo que no transcurre mientras se piensa que no pasa y que todo está en paz. No sé si logro explicarlo bien. Pero es eso, una sensación como de ese "círculo de seguridad" mental, sin necesidad de hacer el gesto completo con el cuerpo, porque no hay un peligro de daño físico inminente.
Es como lograr reducir todo lo ancho y vasto de la vida, que se asemeja a un océano, a un islote en medio del mar, pasar de un gran plano de dimensiones infinitas a un acotado rectángulo que es la propia vida, y dentro de ese rectángulo, otro, que es el refugio de la mente en un instante de plena conciencia que por, al menos en un instante, no ocurre nada, no duele nada y todos lo demás queda fuera y que por ese instante nada más importa.
Qué descanso, Dios, por segundos que estoy sin estar, sólo soy yo y el aire y en eso hay vida y tranquilidad porque nada cambia, al menos en ese instante que veo y estoy más viva que nunca porque me doy cuenta que en el aire está transcurriendo la vida pero es como si pasara sólo para los demás mientras me tomo un descanso. Puedo abstraerme de todo, como si cargara el freno a fondo y me estacionara en la berma, dejando pasar a todos los demás. Sólo cuando sienta que he recuperado fuerzas me volveré a incorporar y pasaré de la banca de reserva a suplente hasta que pueda ser titular.
De otro modo no podría con todo. Veo lo que viene, no es difícil de imaginar, y la carga se viene dura y muy pesada.
Si no pudiera evadirme de vez en cuando a mi propio y egoísta mundo interior, creo que no resistiría.
Si no fuera por mi perro, tampoco.


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