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jueves, 12 de agosto de 2010

Dedicado a mis primos queridos.

Me pregunto si las almas tendrán residencia establecida, si tienen nacionalidad, si se les podría llamar por un gentilicio determinado.
Almas por decir entes, personas X, que puedan sentirse parte de dos mundos al mismo tiempo, el de la sangre y del que han vivido prácticamente toda su vida, donde han desarrollado su propio mundo incorporando esta dualidad de sentirse como a caballo de pié sobre dos yeguas al galope y velocidades dispares sin sacarse la cresta.
Sentirse miembro de culturas diferentes, una a la que se pertenece por el sólo hecho de haber heredado la membrecía y a la otra porque se ha sido inscrito desde chiquitito a un club desconocido.
Y nadie le pregunta a ese desconcertado y confundido pequeño cuál es su opinión al respecto. Dónde quiere criarse, usted, m'hijito?
Dónde prefiere usted vivir, aquí, donde tiene abuelos, tíos y primos de su edad con los que podrá jugar los fines de semana? o prefiere ir a vivir lejos, al extranjero con sus papás, y pasar la mayor parte del tiempo solo, rodeado de niños que hablan en otro idioma que al comienzo no entenderá pero que conforme pasen los días se le irá acostumbrando el oído y solito sin darse cuenta cómo entenderá qué están diciendo los demás niñitos. Dígame, m'hijito, qué prefiere?
Cuándo, nunca ha sido ha así.
Quién considera la opinión de un niño chico, los papás hacen lo que creen es mejor para todos,
y, bueno, toda gran decisión tiene sus costos.
Ese pobre niño, por lo menos hasta los 18 ó 19 años, por lo menos, tendrá un sabroso caldillo de congrio en su cabeza, se sentirá perdido al no saber a dónde encaja con su personalidad a ciencia cierta.
La vida, las experiencias, los años que suman la madurez van haciendo comprender que al final no es tan malo tener dos patrias. Es como tener dos casas, una puede servir mientras se vive y se trabaja en la ciudad durante la semana y la otra para ir a descansar al campo, la montaña o la playa para los fines de semana largos y vacaciones varias.
Lo bueno es no perder el contacto con la patria abuela, esa que recibe con los brazos abiertos, con empanadas de locos al horno con pebre, catutos y estofado, si es invierno; con humitas y pastel de choclo si es verano. Es casi infalible alguien que se raje con la mejor mano para hacer un buen pisco sour, alguien que descorche un buen cavernet para brindar por tan ilustre visita a la que se quiere tanto sólo porque es hijo del hermano, es el primo, el nieto querido que vive tan lejos.
Esa es la gracia de ser familia, no se necesitan los preámbulos para sentir los cariños más entrañables por aquellos seres que aún siendo unos perfectos extraños son fáciles de abrazar y hacerles sentir cercanos, que baste una pequeña introducción respecto a en qué van sus vidas casi como una breve exposición en diaporama para que sean admitidos de inmediato a toda la larga tradición de cariño, unión y confianza, que es a mi parecer como mejor se resume el sentido de familia.
Salud, por eso.

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