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jueves, 5 de agosto de 2010

I can't stop loving you.

Es inútil, cualquier intento que hago por olvidarlo no dura más de un par de días y luego recaigo retrocediendo, pisando sobre las huellas aún frescas en el barro que dejé al pasar ya por ahí mil veces antes.
Necesito tomar distancia, alejarme, ojalá pudiera hacer ese viaje ahora. Poner al mundo entre medio a ver si así logro sacudirme su recuerdo de mi cabeza.
No sé si sería una coincidencia o entendió lo que escribí cuando me refería a la mirada que me atraía como un abismo y cambió la foto de su perfil, quitó esa mirada que me perdía en el vacío de mis propias fantasías.
Debo ser yo, me siento un poco loca, confundida, sola cansadamente sola.
Y él le daba sentido a mi locura haciéndome sentir cuerda, lúcida, brillante, a ratos genial.
Ahora sólo me siento aburrida de ser siempre tan sensata, tan correcta.
Quería perderme un poco, tomar un riesgo controlado como meterse a un río torrentoso con una cuerda atada a la cintura y el otro extremo amarrado a un grueso tronco de la orilla.
Por qué nunca logro hacer algo realmente loco?
No va conmigo, no está en mi naturaleza.
En qué irá eso?, en la crianza, en la genética, en haber leído demasiados libros, en haber visto demasiadas películas, o todo junto y que sumado resulta alguien como yo, que tengo la conciencia de que la vida no es un guión de cine, aunque a veces deseara que la realidad superase la ficción, por el simple capricho de salir del tedio que me provoca una rutina plana como el electrocardiograma de un muerto.
Mi vida nunca ha sido una teleserie, tal vez por eso necesité siempre que me contaran cuentos para quedarme dormida, leer libros, o ver películas. Necesitaba llenar con historias, aunque fueran inverosímiles, mi propio vacío de una vida propia. Colmé el almacén con imágenes ajenas, y esta vez, cuando la vida verdadera me saltó directo al rostro, como un payaso desde una caja de sorpresas, me asusté y corrí a esconderme detrás de las polleras de mi mamá.
Yo que me cría tan gallita y no soy más que una despreciable cobarde.
Ha sido una falta imperdonable, una mancha en mis papeles, imborrable.
Ya no tiene caso insistir avanzando por esa zenda, sólo quedan huellas en el barro, un rastro que llega sólo hasta ahí, justo en el medio de la nada. Y no quiero perderme.





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