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lunes, 18 de octubre de 2010

Idiota a los 18.

Es verdad, a mi edad y aún me cohíbo un poco si me mira tan de cerca y con esos ojitos lindos como si su mirada fuera un enorme beso del que no quiero escapar, menos esquivar, pero no puedo dejar de sentirme a lo menos ligeramente nerviosilla, y se me escapan solos esos mohínes como de una niña chica, cuando para sentir menos una cosquilla en el cuello tiende a apretar la oreja contra el hombro como tratando de inmovilizar el objeto con el que alguien le está haciendo la cosquilla. Y no me doy cuenta.Supongo que son mis gestos, son parte de mí, igual que mi dedo dictatorial. Ese gesto lo tengo desde hace años, lo adquirí para hacerle visible a mi perro que eso que hacía NO debía seguir haciéndolo más. Y ya sabe, me mira, ve mi dedo indicando al cielo en el aire, y se detiene.
No sé, no lo pienso, no puedo pensar.  Me arroba toda la atención, no puedo dejar de mirarle, es simple: me fascina.  Me encanta su modo de ser, de hablar, de pensar.
Ay, Dios, los milagros son posibles, sólo que no pensé que sería digna de uno.
Ahora, resulta que tengo más sangre de la que se pensaba.
Nunca pensé que mi carácter fuera a ser un plus cuando siempre pensé que sería mi principal barrera para mantener el interés de alguien por mí.
Cuando tenía 18 años, bueno era una idiota, en ese entonces. Pero a esa edad, una vez oí alguien muy importante para mí, que dijo refiriéndose a mi carácter que yo era muy mañosa, como diciendo, es un defecto que no me banco y que no estoy dispuesto a aguantar.
Fue fuerte, casi definitorio para mí. Me odié por ser como era, me sentí la peor de todas, y por ser así me perdía de quien sentía estar  enamorada. Tenía 18 o tal vez, menos, no sé, ya no recuerdo.
Al comienzo me desmoralicé terriblemente, pero luego comencé a ver las cosas desde otro punto de vista, a  medida que fueron pasando los años, entonces fui evolucionando lentamente. Si iba a ser mi carácter el problema, entonces debía cambiar, pulir y sacarle brillo a la mejor parte de mí, y evolucionar.
En mis años de reposo tuve tiempo para reformarme, para aprender a tener calma, a desarrollar la paciencia, y la visión global  sobre las cosas, en general. Ver el todo, más que la sola parte.
A no enojarme sin una razón de peso, que tenga sentido, lógica, que si me enojo es porque tengo un motivo valedero.
En definitiva me reinventé como la mujer de la que un hombre como el que yo quería se enamorara de mí, no pudiera resistirse.
Pero en el trayecto, el hombre para el que me había formado, se diluyó en el tiempo y los recuerdos, se alejó tanto que se hizo de todos modos inalcanzable e imposible, más aún que antes cuando era solamente un amor platónico de niñez y juventud.  Sin darme cuenta, llegó un momento en que nunca volví a pensar en él del mismo modo como lo hacía de niña.  Se me pasó el amor que una vez creí inolvidable, tal como supongo pasa todo en la vida cuando nadie se preocupa de cuidar y mantener vivo.
El propósito desapareció. Entonces decidí que ya era lo bastante grande y madura como para echarme andar por mi cuenta. Que quien, ahora, era, era lo suficientemente fuerte como para hacerle frente a la vida sola. Que no me importaba llegar a vieja sola, media loca recogiendo perros abandonados y gastándome lo que no tuviese en alimentarlos y cuidarlos segura que más valía estar sola que mal acompañada y que mientras más conociera a los hombres más querría a mis perros.
Era lo que imaginaba, dentro de las muchas otras cosas que he imaginado.
También pensé en mandarme a cambiar lejos, irme a vivir sola y al extranjero, trabajar en publicidad, sacarme la cresta trabajando para llegar a tener mi propia y exitosa agencia, y convertirme en una diosa de la publicidad, una mujer completamente independiente que pasara de rollos sentimentaloides y dulzones, que la vida fuera otra cosa, algo real, que si me enamoraba sería de un modo absoluto, qué se yo. Nada de niñerías y juegos con dobleces psicológicos que aborrezco.
No tuve los suficientes cojones. 
Traicioné mis sueños. 
Ahora me explico por qué.
No era esa mi vida y punto.
De cierto modo, haber sido una idiota a los 18 me salvó la vida.

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